jueves, 25 de diciembre de 2014

Venus de Milo, 130-100 a.C.

Musée du Louvre, París. 2014

"Nuestra señora de la Belleza", como la llamaba Henri Heine, es el florón de las colecciones griegas del Louvre. Representada medio desnuda, en la misma línea estilística iniciada por Praxíteles, esta diosa (Afrodita, o quizás Anfitrite, divinidad marina particularmente honrada en el isla de Milo) posee a un tiempo sensualidad y moderación, además de ser innovadora y restablecer los temas clásicos del pasado. Ante la sobriedad de este rostro ligeramente pulposo, algunos han evocado el recuerdo del gran Fideas.  


Victoria alada de Samotracia, 190 a.C.

Musée du Louvre, París. 2014.
"Es una obra maestra del tiempo y del azar", según palabras de Malraux. Esta escultura acéfala, privada de los dos brazos y con el ala derecha truncada y reconstruida con yeso en una posición errónea, ha conservado su matiz lírico. El cuerpo tenso que dibuja una bella diagonal, con el ropaje pegado por la bruma marina, de esta Niké ("victoria" en griego) parece revestir al viento de la tempestad desde su alto promontorio. Sea cual fuere su función original (ex voto conmemorativo de una victoria naval, incluso estatua invocada por los marineros para evitar naufragios), hace honor a su extraordinario celebridad. 



PRAXÍTELES, Apolo Sauróctono, 350 a.C.

Musée du Louvre, París. 2014.
Copia romana de un original atribuido a Praxíteles.
Hacia 350 a.C.
Mármol. 1,49 metros.

FIDIAS, Friso del Partenón, 440 a.C.

Musée du Louvre, París. 2014.
Copias de mármol que derivan de originales de bronce a menudo desaparecidos, composiciones mitad modernas mitad antiguas, estatuas fragmentarias cuyo significado se nos escapa, simulacros de pintura apenas reconocibles no son más que algunas de las barreras que impiden el estudio de las obras "clásicas" de las que ya no se sabe si son griegas o romanas, autenticas o restauradas, profanas o sagradas. Por ello, el poder contemplar las esculturas procedentes de decorados arquitectónicos es algo que no tiene precio, al no haber un "filtro" que pueda enturbiar la mirada. 
Ese es el caso de los cinco fragmentos decorativos del Partenón que se conservan en el Louvre. Bajo la dirección de Fidias, el decorado de este prestigioso monumento alcanzó la cima de la elegancia y el virtuosismo, su construcción atrajo a los mejores constructores del mundo griego. Aunque hay que recordar que nunca fue un templo propiamente dicho, sino que albergaba el tesoro de la ciudad así como la preciosa estatua criselefantina (de oro y marfil) también de Fidias. 
Las "Ergastinas" (en griego las "obreras") es el nombre con el que han pasado a la posteridad las jóvenes cinceladas en mármol del friso continuo que iba debajo de la columnata del Partenón. Su tarea era de la más alta importancia, ya que debían tejer el peplos (manto) sagrado que los atenienses ofrecían a la diosa protectora de la Acrópolis. El fragmento del Louvre muestra a seis de esas jóvenes desfilando en una procesión musical cuya fluidez viene interrumpida por dos sacerdotes, de ellos uno lleva la cesta con el cuchillo de los sacrificios. 
Por otra parte el programa decorativo contenía todos los episodios mitológicos o religiosos que tuvieran relación con la historia de Atenas, es evidente que Fidias lo concibió en clave política. Los frontones cuentan el nacimiento milagroso de Atenea y su lucha con Poseidón para poseer Ática; y, en el friso dórico, aparecen: el combate de los dioses y los gigantes; la victoria de los griegos sobre las "bárbaras" amazonas; el nacimiento de Erectonio, el fundador de la ciudad; la toma de Troya y, por último una centauromaquia. La metopa conservada en el Louvre representa a un centauro intentando raptar a una mujer lapitas, cruenta lucha que aquí tiene el aspecto de un gracioso paso de baile. 




Palacio de Darío I, 500 a.C.

Musée du Louvre, París. 2014. 
En la colina noroeste de Susa, Darío I (522 - 486 a.C.) comenzó la construcción de su inmenso palacio. Este noble persa del clan de los aqueménidas iba a unificar a Irán y extender el imperio persa del Indo hasta el mar Egeo y Egipto. 
El palacio de Darío se componía de dos conjuntos diferenciados: 
1) Parte residencial, de tipo babilónico. Se organizaba en grandes patios rodeados de salas cuyos muros se ornaban con ladrillos de colores. El "friso de los arqueros" es el decorado más célebre y fastuoso. Con el arco, la albaja y la lanza, los personajes de este friso avanzan estáticos y severos, luciendo la túnica plisada persa y con guirnaldas en la cabeza. Este cuerpo de élite, llamado los "Inmortales" por el historiador griego Herodoto, simbolizan al pueblo persa con armas, enteramente al servicio de la monarquía y su rey. 
2) Una basta sala de audiencias llamada "Apadana", de tradición iraní, decorada con treinta y seis columnas dispuestas en seis filas de seis. En el exterior, una doble fila de seis columnas mantenían cada uno de los pórticos de las tres fachadas: norte, este y oeste. Los capiteles tallados en caliza gris de las montañas de Zagros vienen ornados de prótomos, de toros o grifos. Su marcado perfil retoma un repertorio iconográfico mesopotámico nacido en el III milenio y muy utilizado por los asirios. 


Lamasus, 721-705 a.C.

Musée du Louvre, París. 2014. 
Cuando Sargón II decidió el emplazamiento de una nueva capital, a unos quince kilómetros de Nínive, no ideó solo un palacio sino una ciudad de proporciones gigantescas. Erigida en la actual Jursabad, la ciudad fue creada de la nada, una ciudad nueva que necesitó un número incalculable de mano de obra. Símbolos de esta desmesura es este lamasus, criatura alada con cuerpo de toro, una especie de monstruo benévolo encargado de ahuyentar las fuerzas hostiles. El suave rostro humano, que obedece a proporciones matemáticas sabiamente calculadas, comunica quietud, serenidad y armonía. 






Códice de las leyes de Hammurabi, 1728 a.C.

Musée du Louvre, París. 2014.

Hammurabi, sexto soberano de la dinastía amorita que se instaló en Babilonia a principios del siglo XIX antes de nuestra era, transformó este banal asentamiento en una brillantes capital cuyo poder se extendió por toda Mesopotamia. Pero el nombre de este rey ha pasado a la posteridad sobre todo gracias a su famoso Códice de Leyes grabado en varias estelas, del que el Louvre posee el único ejemplar completo. Tallado en un bello basalto negro de 2,25 metros, la obra se compone de dos escenas: en la parte superior, destaca el bajorrelieve del encuentro entre el rey y su dios y, por debajo del trono de la divinidad (el dios solar Shamash, patrón de la Justicia, se reconoce por las llamas que sales de sus hombros), aparece un largo texto grabado en una letra extremadamente elegante. Como códice de leyes, esta obra sería, además de muy copiada, un clásico de la literatura babilónica. Fue traída a Susa como botín por un rey elamita del siglo XII. Las excavaciones que dieron lugar a su descubrimiento se realizaron entre los años 1901-1902 y estuvieron a cargo de J. de Morgan. 

   



El escriba sentado, 2600-2350 a.C.

Musée du Louvre, París. 2014.
Sentado en el suelo con las piernas cruzadas, el busto ligeramente inclinado hacia adelante, un largo papiro desenrollado en su faldón blanco y los dedos que llevaban un pincel hoy desaparecido, este escriba parece como si anotase las consignas de un alto funcionario. Su rostro, tanto como el cuerpo. llama la atención por su realismo: la nariz un poco aquilina, los labios finos y sobre todo esos ojos incrustados de cuarzo y engastados en metal. Su ligera obesidad traduce su confortable posición social, en el seno de una administración desde entonces compleja y centralizada. La frescura de los colores (al negro ébano del cabello se opone el ocre rojizo de la piel) se suma el encanto y la vivacidad de este fascinante retrato.