Musée du Louvre, París. 2014. |
Sentado en el suelo con las piernas cruzadas, el busto ligeramente inclinado hacia adelante, un largo papiro desenrollado en su faldón blanco y los dedos que llevaban un pincel hoy desaparecido, este escriba parece como si anotase las consignas de un alto funcionario. Su rostro, tanto como el cuerpo. llama la atención por su realismo: la nariz un poco aquilina, los labios finos y sobre todo esos ojos incrustados de cuarzo y engastados en metal. Su ligera obesidad traduce su confortable posición social, en el seno de una administración desde entonces compleja y centralizada. La frescura de los colores (al negro ébano del cabello se opone el ocre rojizo de la piel) se suma el encanto y la vivacidad de este fascinante retrato.
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